Esta mañana Elchololoj me ha
dicho que desde su casa se escucha el mar, dijo “ha salido el sol y el mar se
escucha a lo lejos, creo que es un buen augurio para el partido de la tarde”.
Desde mi tierra mediterránea y mi cuarto de estudio lleno de cactus
altiplánicos pensé en el surrealismo de sus palabras, vinieron a mi mente la
mirada de los niños bolitas, tranquilos y calmos, con las pupilas serenas al desconocer
que a lo lejos, pasando las fronteras, existe un mar inmenso cargado de basura,
desperdicios, y si, peces de todas las formas también, pensé en su paciencia
abstraída en los cielos, que de eso hay bastante por doquier, pero que por lo
menos puedo sostener que no como el de Bolivia.
Elchololoj a veces no sabe
que tiene mar porque tiene demasiado, igual que los millonarios que no saben todo
lo que tienen porque viven en excesos de tallas incontables, igual Elchololoj,
cuenta sus paseos a la orilla del mar sin sorprenderse siquiera de que fueron
frente al mar.
Yo no se si me gusta el mar,
ni siquiera se si en realidad me gusta tanto que me siento culpable. Lo único
que recuerdo es que cuando estuve parada en la orilla del mar, pensé que existen sirenas bolivianas jugando en algún arrecife de coral,
cantando para destruir barcos contra algún Ulises amarrado, o están haciendo
promesas de amor para tener piernas al borde de alguna isla y enamorando a la
luna a través del reflejo platinado de media noche.
En la tarde el equipo de
Elchololoj perdió en la cancha, lo bueno es que todavía le quedan sus sirenas.
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