rojo


Esos tiempos, aquellos en los que podía mirar a través de mis anteojos con toda la claridad que se puede encontrar en una bola de cristal, han pasado.
Un día caminaba rumbo al mercado y empezó una ventisca. El polvo y las hojas que llegaron súbitamente me dejaron el ojo irritado. Tuve que ir al oftalmólogo, algo dentro mío me decía que era de cuidado, sin embargo, simplemente me indicaron pasar esa irritación con gotas.
Las gotas sólo refrescaban por momentos esa inflamación, luego todo empeoró.
Los días siguientes me puse a ver por la ventana y me di cuenta que el viento nunca se detuvo, que la ventisca que estremeció todos los árboles de la entrada de mi casa se instaló en la puerta.
Hoy he decidido no salir. Ni la irritación, ni las frías gotas, ni la ventisca podrán alejarse de mí, no ahora que los vi con un ojo por la ventana y que ellos me han visto también. 
Por lo menos en casa, entre el rojizo ojo que queda y el otro que está espantado, pienso ocultarme para que nunca, nunca más, tenga que ir al mercado.



Elchololoj, la sirena y el partido


Esta mañana Elchololoj me ha dicho que desde su casa se escucha el mar, dijo “ha salido el sol y el mar se escucha a lo lejos, creo que es un buen augurio para el partido de la tarde”. Desde mi tierra mediterránea y mi cuarto de estudio lleno de cactus altiplánicos pensé en el surrealismo de sus palabras, vinieron a mi mente la mirada de los niños bolitas, tranquilos y calmos, con las pupilas serenas al desconocer que a lo lejos, pasando las fronteras, existe un mar inmenso cargado de basura, desperdicios, y si, peces de todas las formas también, pensé en su paciencia abstraída en los cielos, que de eso hay bastante por doquier, pero que por lo menos puedo sostener que no como el de Bolivia.

Elchololoj a veces no sabe que tiene mar porque tiene demasiado, igual que los millonarios que no saben todo lo que tienen porque viven en excesos de tallas incontables, igual Elchololoj, cuenta sus paseos a la orilla del mar sin sorprenderse siquiera de que fueron frente al mar.

Yo no se si me gusta el mar, ni siquiera se si en realidad me gusta tanto que me siento culpable. Lo único que recuerdo es que cuando estuve parada en la orilla del mar, pensé que existen sirenas bolivianas jugando en algún arrecife de coral, cantando para destruir barcos contra algún Ulises amarrado, o están haciendo promesas de amor para tener piernas al borde de alguna isla y enamorando a la luna a través del reflejo platinado de media noche.

En la tarde el equipo de Elchololoj perdió en la cancha, lo bueno es que todavía le quedan sus sirenas.