tripas secas

Recuerdo aquella primera vez en la que crucé a la vereda sobre la cual caminaban, parecía que el mundo había sido recortado en dos. Mis piernas se manejaban hipnotizadas, a cada paso quería aplastar el universo con las suelas. Parecían un cuadro sin marco, sonreían como para concurso.

Tenía la saliva congelada... lo último que se me ocurrió fue hablar. Un líquido amargo inundó mi boca, la lengua empezó a colgar como péndulo de hielo, sentí que mis tripas se habían quedado en algún lugar fuera de mi cuerpo.

Así fue aquella primera vez en la que crucé a su vereda. Y así fue como mis tripas terminaron embalsamadas lejos, siendo contenidas por algún latón frío o alguna batea plástica, cobijadas por cualquier masa más afable que mi cuerpo.

Ahora se encuentran tiernamente mansas y lejos de todo lo que yo ni siquiera sospechaba podría haberles ofrecido.

Desde ese día reposan, aprenden a filtrar los pasos que doy sin lanzar arcadas de melancolía, sólo por que si, en cualquier lugar.